martes, 14 de junio de 2011

From here to eternity

De aquí a la eternidad

- Venga, deprisa, todos a ese despacho - gritaba un hombre enfurecido apuntando con su pistola a las personas de la oficina.

Entre los gritos de socorro y los llantos de angustia, poco a poco fueron entrando en el despacho de reuniones del edificio, por último el hombre armado, que después de entrar, cerró la puerta y apoyo una silla en ella, evitando así que se pudiese abrir desde fuera.

- ¿Qué es lo que quieres de nosotros? - preguntaban atemorizados algunos de los rehenes.
- ¿Es que no sabéis quién soy?
- No - respondieron murmurando entre ellos.

El hombre sonreía, una sonrisa que helaría el corazón a cualquiera, y en un instante esa sonrisa cambió a enfado, rabia contenida, apretando los dientes con fuerza. Metió la mano en el bolsillo, rebuscando inquieto, y sacó una pequeña cartera. La abrió, y de uno de los bolsillos cogió algo, y se lo lanzó a los cautivos.

- ¿Y ella, sabéis quién es? - les gritó aún más enfadado.

Recogieron la foto, y la miraron atentamente. Algunos se sorprendieron al reconocer quien era la mujer de la foto, y volvieron a mirar al secuestrador, que tenia la mirada clavada en ellos, esperando haber que decían.

- ¿Esta no era una compañera que trabajaba aquí? - preguntó uno de los rehenes a los demás.
- Yo os diré quien era - retomó la palabra el secuestrador - Era mi mujer, vuestra compañera desde hace más de 15 años, ¿ya os va sonando?
- Si, es verdad, pero..
- Callaros, seguiré diciendo quien era esa mujer - interrumpió a los empleados - Esta mujer os estuvo ayudando durante toda su vida, y vosotros la repudiasteis, la humillasteis. ¿Recordáis lo ocurrido el año pasado? Seguro que si, acusasteis a mi mujer, mentisteis, falsificasteis pruebas, hicisteis lo imposible por inculparla, por vuestra culpa la echaron de aquí, no encontraba trabajo en ningún lado, cada día estaba más hundida, hasta que no pudo más, y se suicidó.
- No fue nuestra culpa, nosotros no hemos mentido - replicó uno de los rehenes levantándose.
- Maldito abogado de pacotilla, sois unos mentirosos, mi mujer nunca hizo nada malo, siempre estuvo con vosotros, y en cuanto pudisteis, la disteis la puñalada trapera. La hicisteis parecer que era una mala persona, la peor del mundo, y os encargasteis de que toda la ciudad se enterara de todo, de hacerla la vida imposible.

La policía empezaba a acordonar el edificio, y las fuerzas especiales se preparaban para introducirse dentro y resolver la situación de emergencia en la que se encontraban. Llegó un último coche patrulla, y salió el jefe de policía, y en su mano empuñaba un altavoz.

El secuestrador se acercó a la ventana, para ver como estaba la situación abajo. Poco a poco empezó a oírse por el altavoz al jefe de policía, incitándole a que abandone su actitud agresiva, y que quiere que se resuelva todo sin heridos. Fue hacia la mesa, cogió un papel, y de su chaqueta sacó un bolígrafo, dejando entrever que bajo su chaqueta llevaba un pequeño chaleco. Escribió algo, tras lo cual lo enroscó en una grapadora con una goma, y la lanzó por la ventana, rompiendo el cristal.

- Vete a buscar eso que ha caído - mandó el jefe de policía a uno de sus subordinados, que al instante ya estaba de vuelta con una grapadora envuelta en un papel.

El jefe lo desenvolvió, y miró atentamente el papel.

"No quiero a nadie en este piso. Cuando el piso este totalmente vacío, pegue un disparo al aire, y todo habrá acabado, le doy mi palabra"

Tras leerlo, tiró el papel al suelo, y tras estar un rato meditando que hacer, cogió su radio.

- Retiren a las fuerzas especiales del piso, rápido. Cambio.
- A la orden. Cambio.
- Infórmenme cuando ya no haya nadie en el piso. Cambio y corto.

- ¿Que ponía en la nota? - preguntaba preocupado uno de los abogados secuestrados.
- No creo que eso le incumba.
- Entiendo que esté enfadado con nosotros, pero la realidad fue esa, su mujer fue declarada culpable, se hizo justicia.
- Es cierto eso de que la justicia es ciega, pagan justos por pecadores, y pagan por que hay sabandijas como vosotros, que engañan a los demás para librarse de sus propios errores.
- Nosotros no mentimos a nadie, todo lo que dijimos es cierto, su mujer era culpable, cometió algo horrible, y si después se suicido, lo lamento mucho, pero esa mujer merecía el infierno.

Le miró lleno de rabia y de ira, pero de repente, su boca esbozó una sonrisa irónica, lo cual sorprendió a todos los cautivos.

- Yo seguro que después de esto iré al infierno, y si es cierto lo que dices, ella estará allí, entonces el infierno no es tan mal sitio para pasar la eternidad.

Se oyó un disparo proveniente de la calle, esa era la señal indicada en el mensaje. Volvió a acercarse a la mesa, escribiendo otra nota, esta vez mucho más corta, pegándola con celo otro pequeño papel, y tras doblarla varias veces, la metió en una cajita de madera que había en una de las estanterías, que previamente había vaciado. Cerró la caja, y la tiró por la misma ventana que antes.

Estaba viendo como caía la caja, y la siguió con la vista, moviéndose hacia donde creía que caería. Por fin la caja impactó contra el suelo, justo al lado de donde se paró el jefe de policía en su particular persecución. Se agachó a por ella, y la abrió, descubriendo la pequeña nota. La fue desdoblando lentamente, y en ella había una foto de una mujer pegada con celo, y algo escrito en el papel.

"Gracias. Lo siento mucho"

Una fuerte explosión hizo retumbar el suelo, el piso donde estaba el secuestrador con sus rehenes acababa de saltar por los aires.
















No hay comentarios:

Publicar un comentario